20 mar 2011

Aeropuertos II

Sigo pensando que uno de estos días a alguien le va a dar un chungo en un aeropuerto mientras factura una maleta o le hacen desnudarse.


Mi última experiencia ha vuelto a ser denigrante. En Barajas dos horas y media antes de la salida para viajar a Nueva York. Pasamos el filtro de preguntas para tontos: que si la maleta, que si te han dado algo, que si la has perdido de vista, que si eres de al-qaeda... Todo no. Una maleta de 25 kgs para dos personas. Error: sólo se admiten maletas de 23 kgs o menos por persona y su peso no es divisible entre los viajeros. Es así y no hay más que hablar. No volverá a ocurrir. Sacamos unos libros y unos zapatos. Voy a una báscula auxiliar con la maleta y da 23 kgs clavaos. Volvemos a facturar y en el mostrador da 20 kgs. Busco una cámara oculta por si se están riendo de mí. Intentamos meter alguna cosilla de última hora pero la azafata no nos deja. Me quedo con su cara pero la sonrío. Estamos a dos horas de embarcar y han cerrado el pasaje. ¿Para qué tanta prisa? Me caen mal.


Ahora toca pasar el control de metales, explosivos y pasaportes. Hay que sacar los portátiles, quitarse el cinturón y los zapatos, las gafas de sol, las monedas... Al final paso con el reloj puesto sin darme cuenta y el detector ni se entera. Tenemos más de una hora hasta la apertura de puertas. A desayunar.


Dos bollos, dos zumos y un café: 12 euros. Bufffffffffffffff. Nervios. Todo el mundo me cae mal, muy mal. Vamos a comprar una mochila para meter lo que hemos sacado de la maleta. 25 euros la más barata. Bufffffffffffffff. Se atasca la máquina registradora. Bufffffffffffff. Vámonos para la puerta de embarque y sentémonos tranquilos.


Despegamos. El avión muy nuevo no es. A las 11:30 nos dan pollo con arroz al curry. Es muy pronto para comer, pero bueno. La temperatura baja drásticamente. Veo pasar un pingüino con bufanda y guantes. Las pelis son... no tengo palabras: Las Crónicas de Narnja, El Equipo A...


A las 15:30 la merienda. Pizza de rúcola y helado. Odio la puñetera rúcola desde que la conocí. Es más, si decidiera suicidarme, lo haría tomando kilos de rúcola.


Llegamos a Nueva York. El paso de la aduana es aún más denigrante. Me toman las huellas de ambas manos y una foto. El guardia me pregunta cosas en un inglés muy raro y habla muy bajito. Vuelvo a sonreír. Volvemos a pasar por detectores de cosas. Esta vez paso con el reloj en la muñeca y unos cascos en el bolsillo.


Tenemos una hora hasta nuestro vuelo hacia San Francisco. ¿Un café? Bufffffffff. Café americano aka aguachirri, 3 dólares. La gente flipa delante de los televisores con el terremoto de Japón, las centrales nucleares, los discursos de Gadafi... Menos mal que no está puesta la Fox; si no, estaríamos hablando de suicidios masivos por la llegada del fin del mundo.


Segundo vuelo o el descojone padre. En los vuelos nacionales americanos cada uno va a su bola: suben al avión maletas del tamaño de un armario de tres cuerpos, las ponen donde quieren y a golpes porque no entran, no hacen ni puñetero caso al personal de vuelo, hablan por el móvil hasta casi el mismo momento de despegar...


No nos dan nada de comer. En cinco horas como 20 cacahuetes y bebo un vaso de agua y un zumo. No ponen películas; lo único gratis es la música y echarse un trivial. Las turbulencias se hacen con el avión. Medio pasaje se levanta. El capitán llama a la cordura para que todo el mundo se siente. Les falta escojonarse en su cara. El capitan insiste. La cola para ir al baño crece. El capitan grita: ¡se sienten, coño! Delante de mí, un chino se parte de risa, el mismo chino que intentaba meter a golpes un bolso entre el botiquín y los extintores, y el mismo chino que sonreía a la azafata que intentaba decirle que no lo hiciera...


Si no fuera por estos momentos...


EJECUTOR, esta vez con que arrases todas las plantaciones de rúcola del mundo me doy por satisfecho.


Salud y rocanrol.